sábado, 29 de septiembre de 2007

La trinchera

Manifiesto de Juguetes Rabiosos

En un mundo de ruido y desencuentro, Juguetes es una trinchera.

Sabemos que la literatura no es el arma con la que vamos a dar vuelta la tortilla, es con otras armas que cambiaremos este mundo productor de pobres y desgraciados, y sabemos también, sin contradecirnos, que no aceptamos, no queremos, resistimos a un mundo (a este o a cualquiera) donde no existan ya poetas de las palabras, de la imagen y la canción. Porque el arte –y qué tristeza y qué bronca da cada vez qué hay que aclararlo, y sucede tan seguido- no es decoración. Entonces, nuestros puntos de partida:

Primera creencia: Venimos trabajando sobre algunas intuiciones, con ellas delimitamos nuestro campo de acción y nuestros intereses. Frente a la consigna de la izquierda ortodoxa sobre un “arte comprometido” decimos: No, la literatura no necesita patrones que le anden diciendo qué decir y qué callar. Por otro lado el concepto de evasión, supimos hace un tiempo, con Taibo II, es un concepto progresista. Evasión es un concepto que si lo llevás metafóricamente hasta el límite, significa escaparte. Y todos estamos tratando de huir de las cárceles del cotidiano de las sociedades donde vivimos. Ergo, vivan los evasores, los evasores son gente que se fuga. (...) Ahora bien, en cuanto lector, cuando te fugas, vas y vuelves. Por lo tanto la fuga no es perenne, excepto en casos patológicos, el lector es alguien que va y vuelve. ¿Adónde va y a dónde vuelve? Va al dragón, se sube en él, lo domestica, le enseña a escupir fuego con condiciones técnicas adecuadas para que fulmine al hijo de puta que tiene enfrente. ¿Y a dónde vuelve? Vuelve al cotidiano. ¿Y con qué vuelve? Vuelve armado con los dragones.

Peter Pan nos cuida los sueños, colegas.

Por lo que creemos que la literatura es una trinchera, la imaginación lo es, lo son los libros que creando mundos paralelos y comparativamente distintos contribuyen a cambiar el mundo, porque ese mundo de allá termina siendo siempre nuestro mundo de acá.

Segunda creencia: Nuestra pregunta es, antes que ninguna otra, qué es un lector. Entendemos la literatura como un acto de comunicación entre dos hombres, quien escribe y quien lee, irreductible. No nos damos por enterado de la muerte del autor, ni de la suspención del sentido, ni del asesinato del lector para sustituirlo por el mercado. Aceptamos el esfuerzo de establecer esa comunicación en un mundo de ruido, pero aceptamos que fuera de esa relación no existe, no puede existir, la literatura.

Nuestro propósito es hacer circular los trabajos que consideremos valiosos sin importar la edad del autor, ni su nacionalidad, ni si es desconocido o famoso, si tiene varios libros publicados o permanece inédito, sin importar el género que cultiva. Porque no queremos ser una tribuna de difusión de un estilo o de autores por el único hecho de ser jóvenes- argentinos-desconocidos, no es nuestro juego crear una secta de los nuevos escritores ocultos, como tampoco el de repetir textos remanidos de autores famosísimos o poner la cara del Che en la tapa cada tres números para que la revista sea más atractiva. Es decir, es muy posible que no vayamos a publicar el relato Una rosa para Emilly, porque probablemente la mayoría de quienes nos lean ya lo conozcan, pero a un autor inédito lo vamos a medir con la misma vara con la que medimos a Faulkner.

No queremos hacer opinología pura (esto es bueno porque a mi me gusta) ni academicismo de ningún color. Nos reservamos el derecho de repensar la literatura - corrientes, historia, ideología, particularidades locales, escritos y escritores- porque creemos que es una aventura más rica, más interesante y más digna, la de elaborar, pensar y discutir desde nuestras lecturas literarias - pero también filosóficas y políticas -, desde nuestras historias y nuestras éticas. Y opinar sólo cuando tengamos algo para decir.

Consideramos la literatura, entonces, como parte de la educación sentimental de cualquier lector, consideramos esa educación revolucionaria sin necesidad de “literaturas revolucionarias”. Nuestros maestros– el viejo zapatero andaluz o el viejo Buk – nos ayudaron a sobrevivir entre el ruido y el desencuentro, nos forjaron una sensibilidad y nos dieron una oportunidad cuando no había ninguna. Desde eso que somos intentamos hacer de nuestra palabra una trinchera, y nos aseguramos la victoria mientras Peter Pan nos cuide los sueños.