miércoles, 3 de octubre de 2007

Manifiesto consabidamente incendiario de El 8vo. loco

Yo sé lo que quiero y lo quiero ya

Los espacios existen cuando se los crea. Una vez que están sólo pueden crecer o dejar paso a otros. Los espacios los crean los grupos, cambian con ellos, adoptan sus ritmos y costumbres, sus características. Mi tiempo es limitado y está moldeado por exigencias ineludibles (el mango que me haga morfar). No quiero gastarlo, por lo tanto, en combatir (poniendo el cuerpo) grupos –y sus correlativos espacios– de signo opuesto al mío. Sí quiero ejercer una actitud crítica respecto de ellos. Y al hacerlo, busco aglutinar a quienes son como yo para crear otro espacio, el mío (nuestro), desde el cual resistir el de los intelectuales cooptados por el sistema hegemónico, más preocupados por los vernissages y las fotografías de solapa que por oponerse a los sostenedores de Macri y el genocidio en Irak y Palestina.

Ignorante de la existencia de la brújula, quiero equivocarme al buscar el camino, extraviarme mientras doy con quienes, como yo, creen que vale la pena luchar por una sociedad en la que no se criminalice la pobreza (somos todos negros gronchos muertos de hambre, luchando desesperadamente por lograr un intercambio –imposiblemente– igualitario en nuestros respectivos espacios de inserción sociolaboral), en el que no se esclavice a una mayoría en beneficio de unos pocos. Una sociedad que integre, cuyo primer reflejo no sea la marginación de lo diferente, en la que los parias sean los políticos corruptos, los millonarios enriquecidos con la explotación de quienes no se pueden defender (porque no saben que tienen derechos) y no los jubilados o las personas en situación de calle. Discepolín, mi viejo: a mí también me duele el dolor de los demás.

Quiero la parte que me compete en la creación de caminos, puentes, intersecciones entre regiones tan lejanas (aunque parezca mentira) como Buenos Aires y Los Polvorines. Busco el encuentro con mis pares, porque el hombre es un animal social. Y porque hay sociedades y sociedades: ya basta de ceder espacios. Quiero –creo en– un intelectual resistente y enfrentado con el poder hegemónico; quiero –creo en– José Martí. No quiero el círculo cerrado y la especialización absurda, sino al intelectual en la calle, junto a todos los demás, reclamando un mundo más justo y mejor.

No quiero ser masivo, sino por siempre independiente, en la vereda de enfrente y contra el abuso de poder y la hegemonía. Por siempre enfrentado con la cultura del consumo. Si es cierto –y no lo creo– que cada vez se lee menos, quiero encontrar a esos pocos y juntarme con ellos para resistir los poderosos embates de la frivolidad. Yo quiero mi espacio y lo quiero ya: será mío por prepotencia de trabajo.

El 8vo. loco

Manifiesto de Esperando a Godot

Contra la endogamia cultural
El Sr. Godot


Como en las entrañas de la nobleza,
a riesgo de padecer hijos mogólicos,
los escritores de las nuevas generaciones
se reproducen entre ellos.

Las revistas de cultura y los blogs
cierran sobre sí mismos su consumo.
Una publicación que no ventila sus ideas
termina por morir estrangulada.

Aquellos que se suponen alterativos
proponen miradas de corte alternativo
que son funcionales a las mismas raíces que critican,
en un proceso de constante masturbación intelectual.

Contra el pánico a la masividad,
la reflexión del peso de la escritura.
Contra el pánico a la insoportable levedad de las palabras,
la contundencia de los hechos.

Esperando a Godot no es un discurso empastado en celulosa.
Es una postura frente a la liviandad del discurso posmoderno.
No espera el momento perfecto, persigue la oportunidad.

Si es necesario, la ultraja.

Manifiesto de La Gallina Degollada

Sobre la incomodidad del silencio

Entre mi escritura y mi poesía hay una misma mano.
Las mismas concepciones.
De niño me dijeron que sería un gran pintor.
Y entonces quemé todo.
Ahora lo hago para purificar mis sentidos, externos e interiores.
Sólo de esa forma es válido pintar o escribir.
Y hasta que los que se dicen pintores o escritores no lo entiendan,
Deberían dejar esas cosas. Porque están mintiendo.
El arte tiene que volver a ser un acto de sinceridad.

Jacobo Fijman

“Vivir no es otra cosa que arder en preguntas”
Antonin Artaud

Vivir, arder, preguntar y preguntarse. Como un golpe seco y preciso, no sólo por su belleza y su implacable fuerza aforística la frase de Artaud se vuelve contundente, sino más bien por el valor que adquiere su sentido más profundo y revelador, aquel que en su espíritu trasluce su voluntad de trascendencia: vivir ardiendo en el eterno asombro de la duda filosófica. En esto creemos. Y en el compromiso que día a día renovamos con la palabra y la realidad social con la que convivimos. Puede parecer jactancioso, pero lejos de cualquier pose vanguardista o énfasis tremendista creemos que convivimos con un silencio engañoso y que es hora de restituir la memoria y la denuncia y hablar claro cuando la marea parece demasiado alta y se hace difícil divisar un lugar para plantar la voz de la discordia. Quizás pueda parecer extraño que ese alguien se refiera al silencio con cualidades negativas, pero no hay otra forma de decirlo, actualmente hay demasiado confort en el silencio, demasiado silencio, demasiado silencio por mucho tiempo cuando no es una novedad que atravesamos una época de cambios violentos, un nuevo milenio que se nutre de la conflictividad de las guerras de intereses y que está bastante lejos de acercarse al mejor de los mundos posibles. Esto sin contar que en nuestro país las cosas no andan mejor y que el facilismo, la falta de ideales, y hasta el embotamiento de las pasiones y el pensamiento reflexivo son el reservorio donde crece la mediocridad bajo la oscura máscara de la ambigüedad y el relativismo. Está claro, lo sabemos: no creemos que esto vaya a cambiar, o al menos en el corto plazo. Ni tampoco somos tan ingenuos de creer que vamos desde aquí a cambiar una realidad sólo con palabras. Pero del mismo modo estamos convencidos de que no nos interesa ser cómplices del seductor canto de las sirenas, como si la sociedad nos pasara por al lado, como si la marginación, el hambre y la miseria fueran útiles estadísticas para leer en el desayuno, y así estar informados del otro país que también existe aunque a muchos no les guste reconocerlo. Ya demasiadas buenas conciencias y voluntades se han comprado. Y para decirlo de una buena vez: no nos sentimos cómodos. Hay un sospechoso mutismo, un exagerado sigilo en torno a las ruinas. Un autismo que se expande dado que no es sólo la sociedad, o mejor dicho lo social, lo que se cae a pedazos. Lo mismo sucede con lo cultural. Con la literatura, y tantas otras artes. En ciertos aspectos, la situación cultural que nos toca como intelectuales de una nueva generación se desangra desde una herida heredada de años, de pérdidas de un tiempo de locura y muerte que hoy espantosamente sigue dando sus últimos coletazos como si se resistiera a ser enjuiciado. Sólo basta ver el estado de las bibliotecas (entre otras instituciones), la calidad de los suplementos culturales de los diarios, la falta de ideas de la crítica y la ínfima cantidad de intelectuales de peso con los que contamos para comenzar a entender con qué panorama nos encontramos. Porque se lee cada vez menos y sobre todo porque escasean las obras de calidad entre nuestros escritores. Bien mirado, es factible que no hayamos elegido mal el nombre de la revista. No sólo es un hermoso y terrible cuento el de Quiroga. También se puede encontrar de trasfondo en un sol rojo y en el terror de una chiquita, la metáfora de un degüelle que buscamos revertir desde este proyecto. Como más de uno se habrá dado cuenta, no se trata sólo de literatura, ni tampoco sólo de política. Se trata de buscar y darle un sentido a las palabras; y junto con ellas descubrirse uno mismo ligado a ese sentido y a su existencia. Necesitamos un mundo justo, y asimismo bello. Y sabido es que en más de un caso la belleza ha demostrado su cualidad revolucionaria, su vital poder en las crisis de cambio. Quizás se trate de eso. De revolucionar un orden derruido, de desarmar el lugar común y su hegemonía tranquilizadora, de volverse radical ante un sistema que homogeniza la identidad de los individuos, de volverse como dice Fijman un poco más sinceros, más lúcidos y críticos a la hora de elegir y ganar la libertad que necesita nuestra dignidad humana. Lo sabemos. No decimos nada nuevo. Pero por temor a que se olvide vamos a decirlo una y otra vez, las veces que sea necesario. No, no nos sentimos cómodos. Y no nos engaña este silencio. Nos incomoda y nos hace dudar de que todo esté en calma y ahogándose en el olvido. Necesitamos una voz y no que nos digan. Representarnos y no ser representados. Utópica o no esa es nuestra meta, nuestro objetivo. En parte por eso sacamos esta revista. Y desde este espacio buscamos publicar a escritores jóvenes y no tan jóvenes, consagrados o inéditos más allá de su ideología (¿como creer que Borges, Mishima, o Celine, que era colaboracionista de los Nazis, no nos ayudaron a repensarnos desde la belleza de sus libros mas allá de sus ideologías, que de hecho como es el caso de Celine y su Viaje al fin de la noche en sí mismo lo contradecía?), teniendo en cuenta su valía literaria. Rescatando autores olvidados, y promoviendo el debate crítico en relecturas y debates de diversos corpus de pensamiento. Como revista literaria nuestro único requisito para la publicación es y será la calidad del texto, su valor intrínseco como obra de arte más allá del reconocimiento del autor y el canon literario y las modas nihilistas del todo vale, lo importante es la expresión en si misma. Creemos en la búsqueda de la grandeza literaria y en el valor de la palabra. Y aunque nos cueste la enemistad de más de un círculo literario, nuestra responsabilidad es defender nuestra visión estética y política del mundo, decir, como bien escribió Nietszche, nuestra palabra aun a riesgo de rompernos. Si toda revista literaria mantiene un diálogo con su tiempo, La gallina comienza aquí, en este primer número, su diálogo, su señal de contacto con el presente como un acto de afirmación de la identidad insustituible. Esta es nuestra voz. Nuestra voluntad definitiva de adueñarnos de un destino que buscamos concebirlo y juzgarlo como propio.